domingo, diciembre 28, 2008

La estupidez de amarrar el destino de México a una sola variable

Un gran artículo de Juan Pardinas hoy en Reforma, sobre lo dificil de predecir el futuro, y el tremendo error que es apostarle todo a solo una carta:

Atinarle al destino
Juan E. Pardinas



Los mexicanos aprendemos muy poco de las moralejas de la historia. Hace tres años, las encuestas de posibles candidatos para la elección presidencial del 2006 le daban una cómoda delantera al perredista Andrés Manuel López Obrador. Entre nueve aspirantes al Ejecutivo, Felipe Calderón ocupaba el penúltimo lugar entre los candidatos más populares. El 35 por ciento de los votantes ni siquiera conocía al hombre que hoy se sienta en la silla presidencial (Reforma, 29 de agosto de 2005). La enseñanza del 2006 es que los favoritos pueden perder y los desconocidos pueden alcanzar el triunfo.

Hoy las encuestas de presidenciables nos vuelven a dar un claro favorito para el 2012. El gobernador mejor peinado de la República tiene una clara ventaja en su afán por mudarse de Toluca a Los Pinos. Es probable que Enrique Peña Nieto sea el próximo presidente de México. Sin embargo, la evidencia empírica nos muestra que en 2000 y 2006 los ganadores fueron aspirantes improbables que remontaron su rezago en las encuestas. A los presidenciables les sucede lo mismo que a los equipos de futbol: el superlíder de la temporada regular rara vez se convierte en el campeón del torneo. Así como hay apuestas ciegas sobre seguros ganadores, también hay certezas absolutas sobre seguros perdedores. Algunos observan a Andrés Manuel López Obrador como un político sin porvenir. En su momento, lo mismo se dijo de personajes tan distintos como Bill Clinton, Hugo Chávez y Alan García.

Yogi Berra, el entrenador de los Yanquis de Nueva York, decía que "es muy difícil hacer predicciones, en especial sobre el futuro". William Kristol, uno de los columnistas más importantes del New York Times, se aventuró a decir en diciembre de 2006 que Barack Obama no le ganaría ni una sola elección primaria a Hillary Clinton. La revista Foreign Policy presentó una lista de las 10 peores predicciones para el 2008 y Kristol quedó en primer lugar. El editorialista del New York Times no estaba solo en su error. Hace 12 meses, la prestigiosa revista británica The Economist definió a Obama como "un peso ligero" de la política norteamericana sin posibilidades de llegar a la Casa Blanca.

Cada otoño, The Economist publica un anuario especial con las tendencias y pronósticos para el año venidero. La publicación británica tiene la honestidad y el humor de burlarse de los errores de sus propias predicciones. La revista falló en predecir el cataclismo del sistema financiero estadounidense y por enésima vez se equivocó en su predicción sobre el comportamiento de los precios del petróleo. En 1999, The Economist anticipó que el precio llegaría a los 5 dólares por barril. Ese año el precio fluctuó entre los 20 y los 40 dólares por barril. En el 2008, The Economist anticipó que los precios fluctuarían entre los 60 y los 80 dólares, cuando en la realidad, la volatilidad de precios se movió entre los 35 y los 150 dólares por barril.

¿Por qué es tan difícil pronosticar el precio del crudo? Un modelo que prediga el valor del hidrocarburo deberá considerar variables tan distintas como la probabilidad de un ataque terrorista en Arabia Saudita, la temperatura promedio en el invierno de Estados Unidos y el dinamismo de la producción industrial en China.

Un país que apuesta su viabilidad financiera al precio del oro negro, no puede tener un desarrollo sostenido y duradero. El futuro económico y la estabilidad política de México dependen de una materia prima que tiene un precio fluctuante e impredecible. No es una predicción, sino un hecho consumado, el destino de México está amarrado a un carrito de la montaña rusa.

En los deportes, la economía y la política atinarle al rumbo que tomará el destino es un oficio ambicioso y arriesgado. Admiro mucho a las personas que se aventuran a anticipar el porvenir, porque no tienen el menor miedo al ridículo. A pesar de esto, me animo a cerrar con una certeza sobre el destino: el futuro traerá sorpresas.


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