viernes, enero 16, 2009

Un muy oportuno artículo de Sergio Sarmiento hoy en Reforma, aunque si se checa la versión estenográfica, el presidente Calderón sí deploró el creciente número de divorcios en México. ¿Es labor de presidente juzgar conductas privadas? Copio el artículo de Sarmiento en el Reforma de hoy:

Familias distintas

Sergio Sarmiento


"El diluvio universal fue un fracaso: quedó una familia viva".
Henry Becque


Diversos medios de comunicación cabecearon sus notas sobre el discurso del 14 de enero del presidente Felipe Calderón, en el VI Encuentro Mundial de las Familias, como si éste hubiera sostenido que el divorcio fomenta la delincuencia, la violencia y los males del país. La afirmación me pareció tan aventurada e insostenible como a cualquiera, pero al revisar el texto completo no encontré esa afirmación. De hecho, mi impresión es que los directivos de los medios prefirieron editorializar antes que decirnos realmente lo que dijo el Presidente.

La frase exacta del mandatario es bastante más compleja que esa interpretación sesgada: "La proliferación de individuos que hacen de la violencia, del miedo, del crimen y del odio su forma de vida coincide, por desgracia, en una gran medida, con la fragmentación y la disfuncionalidad que afectaron su entorno familiar". Se trata de una afirmación quizá confusa y vaga, pero en buena medida cierta: la violencia y el crimen suelen, en efecto, "coincidir" con la fragmentación y la disfuncionalidad de las familias.

Lo anterior no quiere decir que el divorcio genere violencia o que haya que prohibirlo. Mucho daño le hizo la Iglesia Católica a las familias con su oposición a la legalización del divorcio en países como Italia o Chile. El divorcio es tal vez un mal necesario: la válvula de escape que permita dejar atrás la violencia y el desamor para construir nuevas y mejores familias. De hecho, la propia Iglesia permite un divorcio encubierto bajo el hipócrita disfraz de la anulación del matrimonio.

Más que la tan discutida declaración del presidente Calderón, que como ya señalé creo que fue manipulada, me preocupó la afirmación del cardenal Ennio Antonelli, presidente del Pontificio Consejo para las Familias: "La homosexualidad debe permanecer como una relación privada". ¿Significa esto que los homosexuales deben regresar al clóset y ocultar sus relaciones? Javier Lozano Barragán, el cardenal mexicano que preside el Pontificio Consejo de la Salud, me ofrece otra explicación en una entrevista:

"Una convivencia homosexual -dice- es una convivencia que existe, pero [a la] que no se le puede dar el rango de matrimonio o de familia, porque familia es la fuente de la vida, y entre dos personas del mismo sexo, sean mujeres o sean hombres, no puede haber generación de familia, no puede haber fuente de la vida. Por tanto no puede recibir el apelativo de familia. Es una unión. Ahora, esa unión, si tiene que tener aspectos civiles para la propiedad o para lo que sea, que las tenga... Que se legisle sobre una propiedad en comandita, o como se diga; que se legisle, pero es muy distinto a hablar de matrimonio o de familia en una pareja homosexual".

Ahora bien, si se está defendiendo a las familias por ser fuente de una estabilidad benéfica para la sociedad, ¿por qué excluir a las que forman los homosexuales? El que no puedan tener hijos, excepto de otras relaciones o por adopción, no zanja el problema. Muchas parejas heterosexuales tampoco pueden tener hijos, pero no por eso se les niega el matrimonio.

La verdad es que las familias no se adaptan desde hace mucho tiempo a los cartabones tradicionales. Son muchas las encabezadas por mujeres solas o por abuelos, y muchas también las formadas por homosexuales. Por otra parte, también son muy numerosas las familias tradicionales rotas por la violencia y los abusos de todo tipo.

El propio Jesús decidió no vivir en una familia tradicional. Los Evangelios no registran, por lo menos, que haya tenido mujer o hijos. El nazareno formó, sin embargo, una sociedad con sus discípulos y seguidores. Hasta la fecha, las comunidades de monjes y monjas están optando por una organización humana distinta en la que se obtienen algunos de los beneficios de la familia, como el calor de la convivencia humana.

Me parece correcto que la Iglesia Católica busque promover el tipo de familia que considera adecuado. Pero el Estado tiene obligación de ir más allá de los preceptos de cualquier grupo religioso. Debe reconocer la existencia de una gran diversidad de familias y no tiene por qué poner obstáculos a la creación de sociedades que generan derechos y obligaciones legales pero también la estabilidad y amor de una convivencia familiar.

Al presidente Calderón le respeto sus convicciones religiosas. Creo, además, que se le debe cuestionar por lo que diga y no por una versión sesgada de sus puntos de vista. Lo importante es entender, sin embargo, que las creencias religiosas del mandatario o de cualquier otro político no tienen por qué imponerse al resto de la sociedad.

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